Tuesday, March 18, 2008

Crónicas desde Vélez Sarfield (Bob Dylan en Buenos Aires)

Sábado 16 de marzo de 2008, 20 horas, estadio de Vélez Sarfield. El telonero de la noche es León Gieco, según muchos el “Bob Dylan argentino”, aunque los que dicen eso parecerían basarse solamente en el hombre que cantaba canciones de protesta entre 1962 y 1965. Pero Dylan tuvo cuarenta años más de carrera; si quisieran poner en el escenario a un verdadero equivalente argentino deberían haber puesto a Andrés Calamaro, alguien mucho más dylaniano por sus canciones sobre amores torturados, sus repentinos autoexilios, sus rimas imaginativas, su voz destrozada y de inflexiones juguetonas al mismo tiempo y su rescate de la canción popular (sin que “popular” signifique sólo “folk”).
Pero bueno, estuvo Gieco, y no estuvo tan mal. Como homenaje a la canción latinoamericana interpretó buenas versiones (varias de ellas acompañado por la banda Aca Seca Trío) de “Como la cigarra” de María Elena Walsh, “Maturana” de Cuchi Leguizamón, “Los chacareros de Dragones” (un legendario tema propio dedicado a Víctor Jara), “Cuando llegue el alba” de Jorge Cafrune, “Zamba por vos” de Alfredo Zitarrosa, “A nuestros hijos” compuesta junto a Iván Lins, “Casamiento de negros” de Violeta Parra y “La guitarra”, letra inédita de Atahualpa Yupanqui que Gieco musicalizó luego de su muerte (al introducir este tema se mandó una fea, ya que dijo que era una suerte haber compuesto un tema con Yupanqui, y eso es lisa y llanamente falso; como lo que digo no es ninguna pavada, si alguien tiene datos que prueban que estoy equivocado, hágamelo saber). En el medio hizo subir a Gustavo Santaolalla: gran sorpresa (mi amigo Mr. Cínico, sentado al lado mío, dijo “Uau, el ganador del premio de la Academia”). Juntos rememoraron la época del proyecto “De Ushuaia a La Quiaca” interpretando la bella “Canto en la rama”, una de esas canciones tradicionales recopiladas por Leda Valladares. Finalmente, Gieco entonó a capella “Cinco siglos igual”, que se grabaría para un CD a beneficio de las Madres de Plaza de Mayo, al igual que la siguiente canción: “La memoria”. El guiño fue que esta última la interpretó con un feeling muy “The freewhelin’ Bob Dylan”, o sea, con armónica, guitarra y un ritmo veloz, distinto al de la versión original y más similar al que nuestro visitante ilustre usaba en los 60s para hacer sus canciones de protesta. El público había recibido unos volantes con la letra de estas canciones, acompañadas por un texto “cuasisurrealista a lo Dylan” escrito por Gieco, con muchas faltas de ortografía (que quizás no eran de él sino del transcriptor). Finalmente, Gieco dijo algo así como que se tenía que ir yendo, pero que no podía desaprovechar el hecho de que dos grandes amigos estuvieran allí, y subieron al escenario Gustavo Santaolalla y Charly García. Muchos temimos por el comportamiento de Charly, pero éste dijo “Todo por Bobby…” y quedó claro que el “todo” incluía portarse bien. Sonó el inconfundible comienzo de “Pensar en nada” y el trío mítico jugó a ser un trío mítico teloneando a un artista mítico. Para despedirse hicieron la obvia: “El fantasma de Canterville”, que Charly compuso para que la cantara Gieco como parte del grupo Porsuigieco. Y chau teloneros.
Pasados cinco minutos de las 21:30 se apagaron las luces y sonó la voz grabada de un locutor cuasicircense que ampulosamente presentaba al Artista terminando con las ya míticas palabras: “Ladies and gentlemen - Columbia recording artist Bob Dylan”. Y salió nomás el Hombre de Negro con su Sombrero y sus Secuaces a tomar por asalto la noche. Los que estábamos sentados nos paramos aplaudiendo, por supuesto, y a continuación sonaron unos inconfundibles (para mí) golpes de batería: “PAPA PA-PAM PA-PAM…” y yo casi muero de emoción: era el comienzo exacto de “Blonde on blonde”, el primer disco de Dylan que poseí y escuché en mi vida. “¡¡¡Rainy day women 12 & 35!!!” le grité a Mr. Cínico, y sí, era esa nomás, con esas lúdicas notas circenses transformadas aquí en puro rock. Y por fin pudimos cantar con Dylan eso de “Everybody must get stoned”. Bueno, cantar es un decir: cuando Dylan quiere, entona como cualquier mortal, pero la mayor parte del tiempo no quiere, sino que hace una mezcla entre un canto “normal”, un recitado que se rastrea fácilmente en sus últimos discos y un fraseo imprevisible que hace que uno nunca sepa cómo va a interpretar cada canción.
De ahí en adelante, cada vez que la banda empezaba un nuevo tema, Mr. Cínico y yo tratábamos de resolver lo más rápido posible el enigma lostiano de comprender de qué canción se trataba, ya que sabíamos que en vivo Dylan deforma los temas haciéndolos casi irreconocibles (mucha gente sólo los reconoce al escuchar el primer verso, y otros sólo al llegar el estribillo). Debo decir que, salvo en dos casos en que no conocía tanto la canción en cuestión, no me resultó difícil reconocer los temas: siempre había cierta instrumentación, arreglos, cadencia o estructura reconocible para aquel que recordaba las versiones originales, de manera que resultaba claro de qué canción se trataba. Al menos para mí, que la mayoría de las veces me adelanté a Mr. Cínico: “¡Lay lady lay!” le grité al empezar el segundo tema, emocionado e intrigado porque nadie más parecía haberse dado cuenta. Pero luego cayeron, y todos nos preguntábamos felizmente cómo era posible que dos canciones tan míticas fueran los primeros temas del show, ya que habíamos ido resignados a escuchar cosas menos conocidas. Algo así sucedió a continuación: sonó “Watching the river flow” pero, aunque quizás muchos no la conocían, nadie se quejó, porque la entrega de Dylan y el poderío de la banda suplían cualquier posible desinterés que pudiese surgir. Esa banda era sublime; no puedo destacar el desempeño de ninguno en particular por sobre los demás, pero debo decir que el baterista era quizás el que más se lucía. Y cuando había algún solo de guitarra, la gente siempre aplaudía, pero no por el virtuosismo (ya que ningún solo resultó lo que se dice virtuoso), sino por la simple belleza de la música.
A partir de ahí, Dylan dejó la guitarra que había estado tocando y se puso paradito al teclado (lugar que no abandonaría en toda la noche) para hacer otro clásico absoluto: “Masters of war”. A esa altura, me acostumbré a lo inesperado, a una noche llena de hits. Esta versión me gustó definitivamente más que la original, ya que, con toda la instrumentación y la voz gastada de Dylan, se hacía más patente el tono sombrío y apocalíptico del tema, que en su época supo defenestrar Joan Baez porque incluía frases como “Espero que ustedes se mueran” y según ella eso es algo que ni siquiera hay que desearles a los fabricantes de armas.
A continuación vinieron canciones más modernas, empezando por dos de su último disco: el rock “The leeve’s gonna break” y la plácida (y favorita en mi último ambiente de trabajo) “Spirit on the water”. Así es, pudimos escuchar en vivo frases como “I can’t go back to paradise no more, I killed a man back there…”. Y pudimos escuchar a Dylan en armónica, algo mítico y hermoso que se repetiría durante toda la noche. Luego vino una favorita personal de Mr. Cínico (quizás por eso él la reconoció antes que nadie): “Things have changed”, compuesta para la brillante comedia de Curtis Hanson “Wonderboys” (estrenada aquí como “Fin de semana de locos”). Pero, en una noche llena de emociones, esa interpretación nos resultó la menos interesante. Como dato curioso, el Oscar ganado por ese tema reposaba sobre uno de los parlantes, aunque no me percaté en el momento sino que lo leí en otras críticas. Después Dylan volvió a su último álbum para hacer “Workingman’s blues 2”: sorpresivamente, fue muy ovacionada por el público, que aplaudía al finalizar cada estrofa (no es un superhit, así que sólo supongo que los emocionó la belleza de la canción en sí). Pero lo siguiente sí fue un superhit: empezó a sonar “My back pages” pero sin letra, solo instrumental, y cuando yo ya estaba por extrañar las figuras de los que lo habían acompañado a Dylan en esa gloriosa versión del recital por su trigésimo aniversario con la música (George Harrison, Tom Petty, Roger McGuinn, Eric Clapton y Neil Young), los músicos sacaron de la galera un famoso riff que transformó el tema en una versión IN-CRE-Í-BLE de “Just like a woman”. Como en todas las canciones coreadas por el público, resultaba gracioso escuchar cómo la gente entonaba el estribillo y Dylan recién cantaba cada verso después de que el público lo hiciera, a su particular ritmo. Como sea, ese tema fue de lo más aplaudido de la noche.
El tema siguiente fue “Honest with me”, otra muestra de sus últimos álbums, que fue seguida por la bella y lenta “When the deal goes down”. Y luego vino una DE-MO-LE-DO-RA versión de “Highway 61 revisited”, cuyo original nunca me gustó del todo debido a unos sonidos circenses que por suerte estaban ausentes en vivo. En esta canción, más que nunca en todo el show, la banda la rompió. Para contrarrestar tamaña energía, Dylan volvió a los lentos, esta vez con la bellísima “Nettie Moore”, otro punto alto de la noche. Era muy conmovedor escuchar cómo de repente el público empezó a hacer palmas siguiendo el ritmo reposado y marcial (nada “populero”) de la batería; esos sonidos retumbando en todo el estadio ponían la piel de gallina, igual que la canción, ideal para escuchar bajo esa luna que nos había acompañado desde muchas horas antes. Finalmente, llegó el turno de “Summer days”, último tema “actual” de la noche, ya que después sólo habría clásicos. Y el primero de esta última seguidilla fue “Like a rolling stone”. Una vez más, gran parte del público sólo reconoció la canción cuando Dylan entonó el famoso “Once upon a time you dressed so fine…”. Ahí sí, se pararon todos (en consecuencia, nosotros también), y el estribillo (“How does it feel…”) fue el más coreado de la noche.
Al finalizar esa joya, la banda se fue del escenario por un par de minutos mientras nosotros nos preguntábamos cuáles serían los dos bises elegidos para cerrar la noche (sabíamos que Dylan hace 17 temas por show). Y mi sorpresa al volver la banda y comenzar el siguiente tema fue similar a la del comienzo, ya que sonó otro clásico de “Blonde on blonde”: “Stuck inside of Mobile with the Memphis blues again”. Esta fue quizás la canción que más demoró en “cazar” el público, pero cuando se dieron cuenta, nadie pudo resistirse al “Oh… mama… can this really be the end…”. Para terminar, un rasguido guerrero de guitarra y un telón con un extraño símbolo anunciaron otro de los riffs más reconocibles (no sólo del repertorio de Dylan, sino de toda la historia de la música): el de “All along the watchtower”, otra demoledora versión que dejó extasiados a todos. Cuando Dylan terminó de decir “Outside in the distance a wildcat did growl, two riders were approaching, the wind began to howl…”, efectivamente, la banda se mandó un aullido instrumental para atesorar. Todo había terminado, y Dylan y sus Secuaces se juntaron para saludar al público (su pose era mítica, con un brazo arqueado como para un retrato antiguo). Y, según dicen los que estaban más cerca, Dylan miró a sus músicos y asintió, como diciendo “Sí, hagamos una más”. Y se vino el más famoso de sus himnos: “Blowin’ in the wind”, en versión bluseada. Cuando uno pensaría que él ya está viejo para una letra tan inocente, el tipo vuelve a incorporar esta necesaria canción a su repertorio regular. Y por eso podemos considerarnos afortunados: no sólo hizo 18 canciones en vez de sus usuales 17, sino que rompió la regla de no hacer “All along the watchtower” y “Blowin’ in the wind” las dos en un mismo show (generalmente, si hace una no hace la otra). Obviamente, esas cosas se piensan después; en el momento sólo captamos el dedo de Dylan que se levantaba hacia la gente haciendo el signo de “Está todo OK”, y supusimos que esa rara muestra de humanidad con su público significaba que le habíamos caído bien.
¿Y luego? Después de que la banda se fue, sólo restaba volver a casa. Más allá de nuestro gran recuerdo del show, Mr. Cínico sacó el dato curioso de que en una noche habíamos visto a dos ganadores del oscar sin haber visto ninguna película. Mi correspondiente dato curioso fue: “Dentro de una hora vamos a volver a vivir el horario en que Dylan cantó sus últimas canciones”. Así es, porque esa noche el reloj volvía a atrasarse: al dar las 12 de la noche, volvían a ser las 11. El día en que Dylan tocó en Buenos Aires fue tan especial que duró 25 horas.

Wednesday, March 12, 2008

Trece observaciones al tuntún sobre Bob Dylan

(Aclaración: las citas textuales fueron recopilados de varios sitios webs devotos de Dylan. No chequée las fuentes, sólo creo en ellas...)

-Bob Dylan es como Einstein. Como un disparo divino. (Kris Kristofferson)

-01: Soportar la voz nasal. Empecemos por la trampa: el unplugged. Lo primero que muchos argentinos escucharon de Dylan fue su recital para MTV Unplugged, muy promocionado a mediados de los 90’. Y muchos comentarios fueron del tipo “Si Dylan tiene esa voz horrible nunca más lo escucho en mi vida”. Pero imaginemos que alguien no conoce a Charly García y para hacerlo concurre a uno de sus shows actuales y tiene la mala suerte de que justo resulta uno de sus shows desastrosos, donde rompe todo, canta poco y tiene la voz increíblemente hecha pelota, y luego esa persona opina “De este tipo no voy a escuchar ningún disco, con ese desgano que tiene y esa voz horrible”. Por su impresión de un show específico, esa persona se estaría perdiendo de escuchar muchas joyas de épocas mejores. El caso de Dylan en parte es similar, con la diferencia de que en la noche del unplugged el tipo realmente no estaba cantando mal. Lo que hacía era llevar al extremo su deconstrucción de las melodías, usando su voz nasal al límite de las posibilidades. Si esta explicación no dice nada, entonces baste decir que en los discos en estudio su voz no sólo no es para nada insoportable, sino que es una de las voces más expresivamente bellas jamás grabadas. Y si alguien considera que ese unplugged fue un punto bajo, entonces digamos que el tipo volvió a resurgir como exquisito cantante, y que ese resurgimiento es uno de los tantos en su carrera, que está llena de vaivenes estilísticos, cambios de rumbo, de religión (cosa que influyó en su música), de estilo y de… voz. Pero claro, “entrar” en Dylan no es fácil, y hay algunos discos (como el Unplugged) que es más fácil disfrutar cuando ya se ha asimilado la variedad e intensidad de las performances dylanianas.

-La mayor parte de la crítica musical está en el siglo XIX. Está muy por detrás de, pongamos por caso, la crítica de pintura. No se concibe el hecho de que Dylan quizá sea un cantante más sofisticado que Whitney Houston, de que él es seguramente el cantante más sofisticado que hemos tenido en una generación. Nadie identifica a nuestros cantantes populares como a Matisse o Picasso. Dylan es un Picasso, con esa exuberancia, variedad y asimilación de la historia entera de la música (…). Dylan es uno de esos personajes que sólo aparecen una vez cada 300 o 400 años. (Leonard Cohen)

-02: Un cantante de verdad. De cantantes como Whitney Houston o Mariah Carey (o de tantos aspirantes a American Idol) se podrá decir que entonan bien o que tienen un buen registro, pero, obviamente, eso en sí no es un valor… al menos para mí (los valores son relativos). Encuentro más placentero y admirable ver gente “no dotada vocalmente” pero que toca y canta con pasión (pongamos por caso The Police o Neil Young) que ver a un cantante eximio que “llega a notas altas” para cantar basuras pop. Y la calificación de “basuras pop” no se refiere a las canciones en sí, sino a la sinceridad con que son interpretadas. Bob Dylan también puede cantar cosas cursis, como “Si tuviera las estrellas de la noche más oscura y los diamantes del océano más profundo, renunciaría a ello a cambio de tu dulce beso, porque eso es todo lo que quiero poseer”. La diferencia es que el “yo lírico Dylan” cree en la verdad de lo que canta, lo cual hace que su canto sea muy expresivo, y esa expresividad nos emociona, porque nos relaciona en un nivel personal con el cantante y nos hace sentir que estamos escuchando verdadera pasión, verdadera alegría, verdadero dolor, y no sólo “una persona cantando una letra cursi”.
Es por esto que el verdadero poder de Dylan no está en sus letras sino en su interpretación. Claro que si queremos ocuparnos del aspecto exclusivo de las letras, descubriremos también que nadie ha escrito la cantidad, calidad y variedad de genialidades que él compuso.

-No hace falta oír lo que dice Bob Dylan, lo importante es cómo lo dice. (John Lennon)

-03: El mejor disco de todos los tiempos. Para “entrar” en Dylan, recomiendo escuchar el mejor disco de todos los tiempos: “Blood on the tracks”. Casualmente, el mejor disco de todos los tiempos tiene el comienzo más hermoso posible. Pongan play y escuchen “Tangled up in blue”, donde una guitarra apacible, limpia y calma nos da amablemente la bienvenida. Parece decir cálidamente “seguí escuchando, seamos amigos por un rato”.

-Dylan ha escrito canciones que tocan lugares de la mente a los que nadie antes había llegado. (Jerry Garcia, cantante de The Grateful Dead)

-04: La mejor canción de la historia. Y ya que estamos con “Blood on the tracks”, sigamos. Por suerte, el mejor álbum de la historia contiene la mejor canción de la historia: “If you see her, say hello”. ¿En qué me baso para semejante juicio? En lo que la canción me hace sentir. Dylan no es famoso por esto, pero ha creado las canciones de amor más hermosas, catárticas y conmovedoras que uno pueda escuchar. Por un lado, este tema está genialmente escrito, con esa cuota de resignación por el amor perdido y al mismo tiempo esa sensación de que el yo lírico todavía no terminó de aceptar esa pérdida en verdad. Por otra parte, la interpretación vocal llega tan hondo que pone la piel de gallina. Y si alguna vez tienen la suerte de escuchar esta canción, quizás noten un tercer componente que la hace dramáticamente sublime: el cambio de velocidad. Comienza con un ritmo reposado, y, poco a poco, a medida que la voz de Dylan se vuelve más “urgente”, la canción va ganando ritmo de manera casi imperceptible hasta volverse algo en lo que al yo lírico le va la vida.

-Bob era un príncipe. Aún le veo como el poeta más grande de nuestra época. (Roy Orbison)

-05: El humor. Además de cultivar el amor y el deseo como uno de sus grandes temas, Dylan tiene una larga lista de canciones puramente basadas en el humor y la ironía, cosa que en los 60’ quizás era novedosa pero ahora no. Pero lo más llamativo es la combinación de ambas vertientes: hay canciones suyas que hablan de algo trágico o disfuncional pero con una cuota de humor, como restándole algo de gravedad al asunto (o dejando ver que el humor es la única manera con la que el yo lírico puede lidiar con esa situación). Esa combinación se encuentra también en todo cantante o grupo posmoderno, pero generalmente está acompañada de una pose que parece decir “miren lo ingenioso que soy, cuento mis penurias con humor”. En Dylan no, en sus canciones el humor es todo sencillez y humildad. Ejemplo: “You’re gonna make me lonesome when you go”, otra joyita de “Blood on the tracks”. O cualquiera de sus últimos discos (la frase “It’s not dark yet, but it’s getting there” me parece particularmente brillante).

-Nada de folkie o poeta. Es la gran bestia del rock and roll. (Chuck Berry)

-06: Los mejores títulos de canciones que existen. Por puro capricho detengámonos en un aspecto muy poco serio o comprobable estadísticamente hablando: el tipo inventó los mejores títulos de canciones que se hayan escrito. Ninguna persona cuerda podría resistir la curiosidad de escuchar temas que se llamen “Dark eyes”, “Boots of Spanish leather”, “Hazel”, “Masters of war”, “Restless farewell”, “It’s alright, ma, I’m only bleeding”, “Every grain of sand”, “Most of the time”, “Death is not the end”, “A hard rain’s-a-gonna fall”, “One too many mornings”, “The wicked messenger”, “Love minus zero”, “I and I”, “Desolation Row”, “Seven days”, “All along the watchtower”, “Everything is broken”, “Buckets of rain”, “It takes a lot to laugh, it takes a train to cry”, “Bye and bye”, “My back pages” o “When I paint my masterpice”, por nombrar sólo algunos.

-Dylan se ha inventado a sí mismo. Se ha creado de la nada. Es decir, a partir de las cosas que tenía a su alrededor y dentro suyo. Dylan es una invención de su propia mente. La cuestión no pasa por comprenderlo sino por asimilarlo... (Sam Shepard)

-07: Los artistas que uno descubre al descubrir a Dylan. Pero Bob Dylan no empezó de la nada, y lo interesante es que si uno se adentra en su música descubre los artistas que lo influenciaron y posibilitaron su construcción como “héroe de la canción”. Artistas tan mágicos y mugrosos (en el buen sentido de la palabra) como él: Blind Lemon Jefferson, Bukka White, Woody Guthrie, Hank Williams, Blind Willie McTell, Jesse Fuller y Leadbelly son sólo algunos de los bluseros y cantantes de folk y country a los que vamos teniendo acceso cuando escuchamos los primeros discos de Dylan, esos en los que el tipo acomete la misma práctica que muchos de sus músicos admirados: ponerle una letra propia a una melodía ya existente para crear una versión nueva de un clásico, o directamente, una canción totalmente nueva. Así es, las melodías de “Blowin’ in the wind”, “A hard rain’s a-gonna fall” y “Song to Woody”, entre otras, no pertenecen a Dylan. Pero eso no le quita el valor a las versiones dylanianas. De hecho, la manera en que él organizó todos sus conocimientos en una nueva forma musical, más libre, directa, irónica y hasta autorreferencial, es única.

-Se sacaba esas canciones de la nada. No sabíamos si eran suyas o si las recordaba. Cuando las cantaba, no lograbas distinguir. (Robbie Robertson, cantante de The Band)

-08: Reversionándose a sí mismo. A medida que avanzaba su carrera y su estilo tomaba variados cambios de rumbo, Dylan fue cambiando su timbre característico, logrando que uno se sorprenda con, por ejemplo, el disco “Nashville skyline”, donde su voz suena radicalmente distinta a lo que el público estaba acostumbrado, casi como la voz de un afectado galán country en vez de la de un joven folkie. Y en sus shows incurría en cambios más drásticos, haciendo que algunos temas que en los discos eran reposados sonaran en vivo mucho más veloces. Hoy en día en sus recitales lleva al límite esa deconstrucción de su propio legado, creando melodías totalmente nuevas para varios temas legendarios, o cantando letras de una canción con la melodía de otra canción.

-Yo nunca he visto carisma como el que exhibía Bob en sus actuaciones. (Joan Baez)

-09: Sobre héroes y tumberas. Hubo un boxeador negro llamado Rubin Carter y apodado “Huracán”, que fue injustamente acusado de asesinato y condenado a prisión. A medida que ese hecho se iba haciendo público, muchos famosos se pronunciaron públicamente en contra de su encarcelamiento, entre ellos Bob Dylan (que, sí, se hizo famoso como cantante de protesta, pero se transformó en mucho más que eso). Dylan sacó una canción detallando todas las mezquindades y arbitrariedades a que fue sometido Carter. Una canción brillantemente “narrativa”, por cierto, llamada precisamente “Hurricane”. A fines de los 90’, cuando Carter ya estaba en libertad, se hizo una película sobre su historia, con una duración de aproximadamente dos horas y media y un protagónico de Denzel Washington. Lo interesante fueron algunas críticas perspicaces que dijeron “La canción de Bob Dylan contaba la misma historia pero en sólo ocho minutos, y era mucho más entretenida”.
Esta canción, por otra parte, tuvo un muy buen cover en castellano a cargo de María José Cantilo, un cover que respetaba la estructura y melodía del original y además lograba recrear la letra en castellano de manera muy lograda y para nada forzada. Me gusta cuando se logra eso, y con Dylan no es fácil.

-Se creó a sí mismo, como Lawrence de Arabia, como alguien (…) que se convierte en una figura para la que no pasa el tiempo porque atraviesa las épocas. Alguien que, en su actuación y cambios, nos enseña a ver las diferentes posibilidades de las diferentes eras. (Greil Marcus)

-10: Yo, traductor. Como hizo María José Cantilo con “Huracán”, yo también intenté mis propias traducciones de Dylan. Mientras escuchaba sus canciones frente a una PC esperando que me ordenaran hacer trámites en una oficina céntrica, fui escribiendo temas de Dylan pero en castellano, o mejor dicho, “trasladando el feeling” al castellano, ya que no siempre eran traducciones literales. La única manera en que me salía era escuchando las canciones en el momento; si no, no podía. De esa manera, logré traducciones “artísticas” (o sea, no necesariamente literales) de “Wedding song”, “I threw it all away”, “Lovesick” y “Queen Jane approximately”. Debo decir que quedé bastante conforme con el resultado. No desesperen, algún día esos textos verán la luz.

-Cuando lo descubrí fue un deslumbramiento asombroso. Me gusta el caos, no la disciplina, y él era el profeta del caos... Él empezó a hablar de otras cosas, metió la literatura en el rock. Me ha alimentado y me sigue alimentando. (Joaquín Sabina)

-11: Yo, escribiendo a Dylan. Resulta que no sólo intenté traducciones. En “Pierre Menard, autor del Quijote”, Borges cuenta la historia de un tipo que se propone escribir un Quijote igual al de Cervantes (no una versión, sino uno exactamente igual). De modo parecido, yo me maravillé a tal punto con las letras de Dylan que descubrí que, siendo tan perfectas, el acto mismo de ponerlas por escrito es producir arte, aunque ese “escribirlas” sea “copiarlas”, o sea “reescribirlas sin cambiarles una coma”. De manera que, en esas tardes de pseudotrabajo donde intentaba mis traducciones, cuando la inspiración no me alcanzaba para traducir letras de Dylan simplemente escribía las originales a medida que escuchaba las canciones. Y ¿saben qué? Al transcribir las letras de Dylan, yo estaba produciendo arte. (Se ve que tenía tiempo libre en esa oficina…)

-Bob suena como si sus canciones tuvieran 300 años pero hubieran sido escritas ayer. (Martin Scorsese)

-12: Como Gershwin, como Cole Porter, como Buddy Holly. Si no le creen a Scorsese, prueben escuchar los últimos dos discos de Dylan: “Love and theft” y “Modern times”. Su capacidad para reinventarse a sí mismo nunca quedó mejor plasmada que en ese resurgimiento en el que sacó de su galera canciones que parecen hipertradicionales, canciones que parecen haber estado escritas y sonando desde siempre, pero que tienen no más de siete años, canciones cuyas letras e interpretación tienen una belleza, complejidad y variedad que abarcan el blues, el country, el rockabilly y quién sabe cuántos ritmos más, llevándonos instantáneamente a otros tiempos menos tecnológicos, más propios de la primera mitad del siglo XX.

-Bob Dylan. Una mente fuera del tiempo. (Paul Williams)

-13: Imprevisibilidad absoluta. Cuando un artista saca un nuevo disco y sale de gira, suele interpretar los temas más exitosos de su carrera (con una o dos posibilidades de cambio de repertorio entre recital y recital) y algunas canciones del nuevo disco que promociona (canciones en las que también puede haber una pequeña variación entre recital y recital). Es decir, uno puede observar la lista de temas de una sucesión de shows y anticipar con certeza un 80% de lo que ese artista tocará en su próximo concierto. Con Dylan no; observen las listas de temas de recitales sucesivos suyos y sólo observarán un puñado de seis o siete canciones que se repiten. El resto es misterio, ya que varía ampliamente en cada concierto. Incluso esas seis o siete canciones no aparecen cada una en cada recital, o sea que no hay ninguna manera de anticipar con seguridad ninguna canción, ni siquiera las más famosas, como “Blowin’ in the wind”, “All along the watchtower”, “Like a rolling stone” o “The times they are-a changin’”. Todo eso hace de sus shows algo bienvenidamente imprevisible.
Por supuesto, cada fan de Dylan tiene decenas de canciones preferidas, y también muchas canciones que lo mantienen indiferente. Por eso, aún siendo Dylan mi artista favorito, creo que la única manera de enfrentarme a un recital suyo es saber de antemano que saldré decepcionado, es decir, inevitablemente sentiré que no tocó muchas canciones que forman parte de mi vida, y también que tocó muchas que podría haber reemplazado por otras. Pero bueno, intentaré gritarle “¡¡Mississippi!!”, a ver si me escucha…

-Lo que más puedo esperar es cantar lo que pienso, y quizás evocar algo en los demás. No me insultes diciéndome que soy una persona con mensaje. Mis canciones no son más que un diálogo conmigo mismo. (Bob Dylan)

-Cerrando poéticamente: si logran entrar en el mundo de las canciones de Bob Dylan (y su Voz, y los Instrumentos, y la Historia, y las Mujeres, y la Harmónica, y la Risa, y la Poesía, y todo gran artista clásico que descubrimos cuando descubrimos a Dylan), si logran entrar, entrarán en un mundo nuevo. Verán realmente cómo algo enorme y bellísimamente gratificante se abre ante ustedes.