Sunday, November 23, 2008

Crónicas desde Vélez Sarfield (Queen en Buenos Aires)

Un profesor de la facultad dijo una vez: “Se puede entrar en Borges a través de Paulo Coelho, pero no a la inversa: no se puede leer a Coelho después de haber leído a Borges”. Del mismo modo, es posible que resulte difícil que alguien sienta fascinación por Queen si conoce la obra de monstruos como Bob Dylan, Tom Waits, The Who, Joni Mitchell o Lou Reed, pero lo opuesto no sólo es posible sino que es algo muy común en muchísimos argentinos que “descubrieron” la música a comienzos de los 90s. En ese entonces, muchos jóvenes empezamos a escuchar rock y pop a partir de la masividad que ganó Queen con la muerte de Freddie Mercury. Luego, a partir de Queen (y Guns N’ Roses, otra grupo popularísimo del momento), “entramos” a otros artistas, pero nos quedó ese amor por “nuestra primera banda”, ese sentimiento irracional de pertenencia a canciones que mantuvieron cierta magia en nuestra memoria. Y, si bien pasé a ser de la opinión de que mucho del Queen de los 80s es pura música FM que cualquier banda podría haber creado, siempre seguí opinando que en los 70s hacían un glam rock muy respetable y que, aún en los 80s, sus shows en vivo poseían una energía envidiable y demoledora. Es por eso que cuando me enteré de que los dos miembros activos de la banda en la actualidad se habían juntado con otro cantante y habían organizado una gira que incluía a Argentina, no lo dudé: encontrarme con esa parte de mi pasado, con ese “primer amor” musical, era una cita ineludible.
El lugar que elegí, campo vip, era ciertamente caro, pero tenía que vivirlos de cerca, y no era tan caro como los que estaban en sillas en el campo, que deben haberse sentido estafados al ver que los que pagaron menos, por estar parados, les tapaban la visión. Apenas llegué me posicioné a la izquierda de la pasarela, lo más cerca posible del escenario, y la espera fue amenizada por un Coro de Niños conducido por un tal Claudio (al que el público apodó Gepetto por su barba y anteojos), que interpretaron versiones instrumentales de “Oye cómo va/Mi pito” de Santana, “Yesterday” y “All my loving”, de los Beatles, y un popurrí de Queen que incluyó “We will rock you”, “Bohemian rhapsody” y “We are the champions”. En ese ambiente tan abierto era difícil apreciar la calidad de semejante ensamble (cincuenta músicos sin mucha amplificación que digamos), pero el público valoró el empeño y la onda y aportó su fanatismo coreando todo lo que sabía. La siguiente banda soporte (unos brit pop llamados Underdog, argentinos que cantan en inglés) tuvo menos suerte: les habría ido mejor en un ambiente más pequeño, y con un público un poco mejor dispuesto y no tan ansioso por ver salir a su banda. Encima, los tipos se presentaron diciendo “Somos Queen”; se imaginan que recibieron algunos insultos, ¿no?
Finalmente, media hora después de lo previsto (¿dónde quedó la puntualidad inglesa?), las luces se apagaron y la pantalla gigante se llenó de truenos, relámpagos, lluvia y un viaje por el espacio que culminaba en el planeta Tierra, mientras una voz en off decía frases relacionadas con el cosmos. La guitarra de Brian May interrumpió todo eso; los tipos ya estaban ahí, comenzando con “Hammer to fall”, y el público se vino abajo. Hay que decir que el micrófono del "nuevo cantante" Paul Rodgers no estaba del todo ajustado: su voz sonaba muy baja. Sumemos a esto que el tipo muchas veces no cantaba con toda la energía del mundo, y que el público coreaba absolutamente todas las letras que conocía, y tenemos este resultado: su voz casi era casi imperceptible. Y para mí eso estuvo bien, ya que había escuchado un álbum en vivo representativo de esta gira y no me había gustado del todo este cantante. Se preguntarán entonces por qué fui al recital; la respuesta, más allá del motivo nostálgico apuntado anteriormente, tiene que ver con el “sonido Queen”, que sigue presente más allá de quién sea el cantante, y además muchas canciones las cantan May y Taylor, cuyas voces sí me llegan. La cosa es que, terminado el primer tema, la banda se mandó con “Tie your mother down”, otro rock clásico imbatible que demostró a la banda lo que tanto sorprendió al cantante de Pearl Jam cuando vino a la Argentina: ¡el público canta hasta las partes de guitarra! Luego fue May quien entonó los versos iniciales sin acompañamiento de “Fat bottomed girls”. Lo de “sin acompañamiento” es un decir, ya que si conocen la canción sabrán con qué energía cantó el público el famoso “Aaaare you gonna take me home tonight?”.
Luego sonaron las inconfundibles líneas de bajo de “Another one bites the dust”. Como en esta canción hay un poco más de lugar para el juego vocal, aquí sí se escuchó más la voz de Rodgers, y yo confirmé mis impresiones previas. Y luego May volvió a guerrear con su guitarra unas líneas que derivaron en el comienzo de “I want it all”, una de las primeras canciones de Queen que me fascinaron allá por 1990. Con esta andanada de hits, el público deliraba y pogueaba como loco, tanto que las primeras palabras de May (en un español accidentado pero eficiente) fueron para decir algo así como “Tengo que pedirles un favor… parece un poco peligroso desde acá… traten de tener un poco de calma y no venirse tan para adelante”. Todos aplaudieron esta preocupación de May por el público, aunque el pogo no se detuvo, ¿y cómo lo iba a hacer si la siguiente canción fue “I want to break free”?. Un clásico, sí, pero nunca me sedujo tanto como a otra gente.
A continuación vino un “descanso de clásicos”, es decir, sonaron dos temas del nuevo disco: “C-lebrity” y “Surf’s up… school’s out”. Nada memorables, pero con algún riff de guitarra que los fans ya tenían aprendido. Luego quedó bien al frente la voz de Rodgers, quien se acompañó con guitarra acústica para hacer “Seagull”, un clásico suyo de los tiempos en que era el cantante de Bad Company. De hecho, mientras sonaba la canción, las pantallas mostraban imágenes de toda la carrera de Rodgers, incluyendo fotos de cuando era un joven pelilargo que formaba parte de las bandas Free, The Firm y The Law. Ésta fue la interpretación vocal de Rodgers que más conforme me dejó. Pero terminado este segmento, se vino lo mejor.
Brian May se vino a la pasarela que se adentraba en el público, mientras yo me adentraba entre el campo para estar lo más cerca posible de ese sector. Nuevamente en español, expresó que era un honor volver a estar en Argentina, dijo “hola a nuestros viejos amigos y hola a nuestros nuevos amigos” y dedicó el siguiente tema a “alguien que no puede estar aquí con nosotros”, obviamente Freddie Mercury. Y sí, tocó “Love of my life”, en la memorable e inolvidable versión acústica que todos conocemos. La voz de May sonó conmovedora, dándole, si se quiere, más emotividad a la canción que si la hubiera cantado el propio Mercury. Luego se vino Roger Taylor con un timbalcito y se sentó junto a May, quien dijo que iban a hacer “un viejo tema folk”. Los fans más acérrimos del álbum “A night at the opera” deliramos, porque lo que sonó fue “39”. Y al llegar el estribillo, viendo que gran parte del público sabía la letra y la coreaba con alegría superlativa, May y Taylor dejaron de cantar y se quedaron quietos observando. Finalmente, aplaudieron y May dijo “Está muy bien… pero necesitamos más músicos”, y se vinieron el bajista, el otro guitarrista y el tecladista (una mezcla de Mark Knopfler y Peter Gabriel). Sí, cinco tipos parados en el borde de esa pasarelita haciendo “39”, lo cual fue mágico. Al terminar se fueron todos salvo Taylor y el bajista, que se mandaron un curioso y exhibicionista experimento: el bajista mantenía presionadas las cuerdas de su instrumento y Taylor golpeaba, sacando de esta manera las bases rítmicas de temas como “Another one bites the dust” (que ya había sonado) y “Under pressure” (que esperanzó al público haciéndonos pensar que se venía esa canción, pero no). Luego se fue el bajista y Roger se puso a tocar su timbalcito mientras un técnico le iba alcanzado las diversas partes de su batería, y a medida que lo hacía, la cantidad de platillos que Taylor tocaba iba en aumento, hasta tener toda la batería armada ahí enfrente nuestro, a dos metros nomás. Ya me palpitaba lo que se venía, y se me hacía agua la boca; en efecto, desde el escenario principal, Brian May tocó en guitarra el comienzo de “I’m in love with my car”, una de las canciones del repertorio de Queen que siempre cantó Taylor. Y la versión sonó con toda la fuerza de su voz guerrera y disfónica, tal como en el disco de hace 33 años.
Y ya que estaba como centro del espectáculo, Taylor siguió siendo la voz principal en el siguiente tema, nada menos que “A kind of magic”, también de su autoría. Luego volvió May a sentarse nuevamente junto a Taylor y dijo “Ustedes saben qué quiere decir esta próxima canción… las palabras de amor”. Y sí, lo sabíamos, sabíamos que “Las palabras de amor”, canción con nombre en español y dos frases en castellano había sido escrita en 1982, luego de la visita de la banda a la Argentina, quizás para mandar un mensaje de unión entre los dos países a pesar del conflicto de Malvinas. Podía haber supuesto que lo iban a tocar esa noche. Finalmente, Taylor empezó a entonar los versos de la mejor de las nuevas canciones de Queen: el lento y esperanzador “Say it’s not true”, cuya segunda estrofa canta May. Y para la tercera estrofa volvió Paul Rodgers; fue un símbolo de que “el hechizo había terminado”, ya que, en efecto, fue el último tema que hicieron posicionados en ese lugar de la pasarela adentrado en el público.
Lo que siguió fue “Feel like makin’ love”, otro tema de la ex banda de Paul Rodgers Bad Company. Y luego vino “We believe”, del último disco: créanme que he visto tantas alusiones a Barack Obama en los últimos meses que ya no recuerdo si aquí también pusieron una imagen suya o si lo estoy imaginando. Luego se fueron todos del escenario y Brian May empezó a pasearse de aquí para allá mientras hacía su clásico solo de guitarra distorsionado, también conocido como “Brighton rock”. Cerca del final del solo, se subió a una parte superior del escenario (básicamente al lugar donde estaba la pantalla) para que todos pudieran verlo en pose mítica, y dar lugar a “Bijou”, un tema casi instrumental excepto por unos pocos versos cantados originalmente por Freddie Mercury, y que aquí fueron reproducidos de la misma manera, es decir, con imágenes y voz de Freddie. Y esta parte cuasiinstrumental de May derivó en “Last horizon”, un tema solista de May con una melodía incluida originalmente en el primer álbum de Queen.
Luego volvió toda la banda y sonaron los acordes de “Under pressure”… y esta vez no fue un amague, la canción pasó enterita ante nosotros, con el bajista haciendo las partes vocales que hacía David Bowie como invitado en la versión original. Durante este tema escuché a alguien del público decirle a su acompañante “¿Te das cuenta de lo que estás escuchando?”, y ésa parecía ser la sensación general de todos los presentes. Siguiendo con temas míticos, llegó “Radio Ga Ga”, y sí, todos hicimos los movimientos de brazos que se ven en el videoclip de la canción y en todos los recitales que alguna vez vimos por televisión. No cantaron la segunda estrofa, pero la canción no pareció más corta por eso. Y luego Rodgers se colgó la guitarra y se mandó con “Crazy little thing called love”: después de tanto pogo catártico, que sonara un tema “bailable” al estilo del rock and roll más clásico fue raro y casi gracioso. Pero lo que vino después no fue gracioso: nada menos que la intro tecladística de “The show must go on”. Una vez más, el canto del público se escuchó más que el de Rodgers, y bien que estuvo. Luego volvió a aparecer Freddie Mercury en la pantalla; mientras sonaba una grabación suya de una versión en vivo de “Bohemian rhapsody”, los músicos en el “presente” lo acompañaban, hasta llegar a la parte operística, donde, como en las viejas épocas, sonó la grabación original (el público, por supuesto, no dejó pasar la oportunidad de gritar a viva voz “Mama mia, mama mia, mama mia, let me go”). Luego, para la parte rockera, Rodgers sí se atrevió a reemplazar a Freddie Mercury, y en la parte final hicieron una suerte de dueto, Rodgers desde el presente y Freddie desde la pantalla. Final apoteótico con la clásica línea “Anyway the wind blows”, y la banda dejó el escenario.
Pero obviamente volverían, esta vez con camisetas argentinas. Hicieron “Cosmos rockin”, otro rockito con pasta de semiclásico del nuevo álbum, que fue seguido por “All right now”, tema de cuando Paul Rodgers formaba parte de Free. A pesar de ser un tema conocido, la gente ni lo coreó; el fervor del público sólo volvió cuando la batería de Roger Taylor le hizo saber al público que estaba sonando nada menos que “We will rock you”… y otra vez las inevitables palmas. Y, como ya todos sabemos de memoria, después de este tema se viene el final con “We are the champions”, que, teniendo en cuenta su estatura mítica, sonó bastante humilde. Y ahí sí, la banda se acercó al público a saludar mientras sonaba “God save the Queen”, el himno inglés en versión de… Queen.
Y chau. Una treintena de temas a lo largo de dos horas y media, una sucesión de momentos míticos y la emoción de tenerlos a May y Taylor ahí, a tres metros, pudiendo ver sus gotas de transpiración y el agradecimiento en sus rostros al ver tanta pasión por parte del público. Una noche para atesorar.

Sunday, November 09, 2008

Crónicas desde el Torcuato Tasso (Pablo Dacal en vivo)

Después de más de un año sin ver un concierto de Dacal, finalmente pude convencer a dos amigos del trabajo y la novia de uno de ellos de ir a verlo al Torcuato Tasso el jueves 30 de octubre. No sería un recital de Dacal en solitario, sino uno compartido con Manuel Onis, que no me interesaba tantísimo pero bienvenido sea. Lamentablemente uno de mis coworkers anduvo con dilemas de salud esos días y tuvo que desistir junto con su novia, así que del laburo sólo pudo acompañarme el otro, un venezolano-canadiense a quien llamaremos Willem para respetar su intimidad. Y como entonces me vi con dos lugares libres en nuestra mesa, hice algunos llamados y milagrosamente pude convencer a una gran amiga y su no menos copada hermana, a quienes llamaremos Ludmila y Mary Ann. Quedamos en encontrarnos con ellas en la zona alrededor de las nueve: con el Torcuato Tasso nunca se sabe a qué hora empieza el recital, pero sospechábamos que no sería puntual.
En efecto, así fue: Willem y yo entramos pero el lugar estaba vacío y Dacal estaba ensayando. Así que salimos para hacer tiempo y aprovechar para cenar algo por ahí y “descubrir” la zona (Willem no había ido nunca, yo sí pero no muy seguido, y el Parque Lezama y sus alrededores siempre son interesantes). Finalmente nos encontramos con las muchachas y nos dirigimos al local: a pesar de no figurar nuestra reserva, nos dieron una mesa muy buena, y en el tiempito que pasó hasta que empezara el concierto, nos fuimos encontrando con conocidos y conocidas, al mismo tiempo que vislumbrábamos que el lugar se llenaba de gente que incluía a músicos del mismo “movimiento” de Dacal, como Alvy Singer y Tomi Lebrero, que terminaron sentados al lado nuestro. Como la información promocional avisaba que en el recital habría invitados, supusimos que ellos subirían al escenario en algún momento, pero no fue así: simplemente fueron por camaradería, supongo, y para pasar un buen rato, como nosotros.
Una hora después de lo avisado en la página web subieron los músicos. El recital empezó con “Quiero verte hoy”, la canción que abre el disco que presentaba Onis. Y con la potencia del vivo y el acompañamiento de Dacal sonó mucho mejor en vivo que en estudio. Luego se fue Dacal y quedó sólo Onis con su banda, que en esta ocasión incluía a Alfonso Barbieri, el acordeonista y cofundador de Los Cocineros. Entre las canciones que interpretaron hubo algunos temas del disco, como “Canten”, “Portugal” y “Fondo de Omar”, y un par de covers: “2001” (de Os Mutantes, aquella banda brasilera donde empezó Rita Lee) y “Lo’ dedo negro”, del mítico uruguayo Eduardo Mateo. Salvo algún que otro tema, el segmento de Manuel Onis no nos fascinó demasiado; me gusta que exista este tipo de música, sólo que la voz de Onis no nos llegó a nuestro interior de la misma manera catártica que logra Dacal, y sus melodías tampoco nos “movieron el alma”.
Finalmente, Pablo Dacal volvió a subir al escenario como invitado en “Enterrada”. Y luego, antes de comenzar el segmento específico de Dacal, ambos músicos hicieron subir a “un gran músico argentino, que formó parte de las bandas Don Cornelio y La Zona y Los Visitantes”. Obviamente, se referían a Palo Pandolfo; su inesperada presencia nos sorpendió a todos. Y cuando sonó la frase “Te estoy esperando ansiosamente…”, todo el local reconoció la canción, aunque muchos no nos acordábamos el nombre: era la gran “Antojo”, del primer disco de Los Visitantes. Palo Pandolfo al micrófono mostró su conocido histrionismo y expresividad, cosa que se hizo más patente todavía con la siguiente canción, la conmovedora “A través de los sueños”. Escuchar los lamentos de la parte sin letra del tema entonados por Pandolfo, Dacal y Onis era algo que casi ponía la piel de gallina. Finalmente, se fue Onis del escenario y quedaron sólo Dacal y Pandolfo para hacer “Zamba del fin del mundo”, uno de los tantos temas del último disco de Dacal que tienen toda la pasta para ser clásicos instantáneos, con momento para silbar incluido. A continuación Pandolfo abandonó el escenario y quedó sólo Dacal para hacer un gran cover de Atahualpa Yupanqui: “El árbol que tú olvidaste”. De ahí en adelante, varios músicos lo acompañaron en lo que quedó del recital, y lo extraño fue que tocaban instrumentos típicos de una banda de rock (cosa rara para este artista): guitarra eléctrica, bajo y batería (además de un piano, que era algo más esperable). De manera que lo que en cualquier recital sería normal, aquí fue especial, y pudimos escuchar con “formación de rock” algunos hitos de Dacal como “Todo o nada” o “Amor es un monstruo”, que definitivamente sonaba muy diferente de esta manera (me tomo el atrevimiento de decir que me gusta más la versión acústica de este último tema). Del álbum “La era del sonido”, además de la ya mencionada “Zamba del fin del mundo” sonaron “La guitarra y el bolsón” y “El mundo del espectáculo”, durante la cual los instrumentos de viento fueron reemplazados por los coros espontáneos de parte del público. En resumen, de su último disco Dacal eligió los tres temás más “instantáneamente hiteros”, lo cual fue una buena muestra para mis tres acompañantes, que todavía no habían escuchado el disco.
Además sonaron en el recital dos temas que yo no conocía: “De pie” y “El mundo es una canción”. Y por suerte Dacal retomó un cover que lo vi interpretar hace un par de años: “Mandolín”, del fallecido uruguayo Gustavo Pena, alias “El Príncipe” (“una pena que nos haya dejado”, dijo Dacal). Para finalizar, volvieron a subir al escenario Manuel Onis y Palo Pandolfo, y Pablito Dacal hizo referencia a que se estaban cumpliendo 25 años de la vuelta de la democracia al país, motivo por el cual cantarían una canción que tenía que ver con eso. Y lo que sonó fue, una vez más, otra sorpresa: “No llores por mí, Argentina” de Serú Girán.
Y ahí terminó todo. Media hora de Onis, una hora de Dacal: en total fue una hora y media que se pasó muy rápido, y nos quedamos contentos y con ganas de bises. Como no hubo ninguno, en compensación me acerqué al escenario y me llevé la lista de temas de ambos músicos, repitiendo la acción que efectué hace dos años cuando vi a Me Darás Mil Hijos en el mismo lugar. Así que después de unos minutos de “after show” nos fuimos, reafirmando algunos (inaugurando otros) nuestro gusto por este “almagrense de nacimiento, rosarino por elección” (según Fito Páez). Hasta el próximo post, y, como diría Dacal: “¡Salut!”.